Buscar este blog

martes, 22 de marzo de 2011

CONFESIONES DE UN DROGADICTO: "YO CORRO"

Lo confieso, yo corro.

Empecé hace unos años, sin pensarlo, por probar algo nuevo, experiencias nuevas, sensaciones nuevas, no sabía lo que hacía. Empecé con mi hermano, una o dos veces en semana, pocos kilómetros, trotando, pensábamos que solo hacíamos ejercicio, ponernos en forma, pensábamos que no iríamos más allá, que  correríamos de vez en cuando, poquito, y con eso nos bastaría,  al igual que el que solo toma unas copas no piensa en probar ninguna cosa más.

Pero al poco nos cruzábamos con otras personas que corrían como nosotros, eso suponíamos. Tras varias semanas, solo trotando, a veces subiendo un poco el ritmo, solo un poco, y quizás tres o cuatro tardes semanales, nos dimos cuenta que casi siempre eran los mismos los que nos saludaban al pasar corriendo, no pensamos nada malo, eran como nosotros.

Un día alguien nos preguntó que si corríamos en las carreras populares - ja, ja, ja, que va - dijimos riendo, como si solo el pensarlo fuera ridículo. - Nosotros no, solo corremos un poco por estar en forma, nada más. - Pero días más tarde nos entró la curiosidad y empezamos a buscar qué era eso de las carreras populares. Vimos que había una cercana, nada importante, ocho kilómetros, total, ya hacía semanas que no corríamos media hora, sino hasta cincuenta y sesenta minutos, esos ocho kilómetros no suponían ningún riesgo... Así que nos apuntamos, por curiosidad, por probar sensaciones nuevas, experiencias nuevas, por conocer aquello que algunos hacían los domingos por las mañanas, temprano.

Y así fue como el domingo siguiente, a las ocho y media de la mañana, estábamos con nuestra camiseta y nuestras zapatillas baratas, no muy caras, al menos, zapatillas de corredor ocasional, sin pretensiones. Lo reconozco, nos sorprendió el ambiente desde el principio, nos cautivó el entusiasmo de los corredores, el olor a Reflex, a vaselina, ver a familiares acompañando a los que corrían, mujeres, niños, mayores. Nos sorprendió la amplia gama de tipos de corredor: jóvenes y viejos, delgados y gordos, mujeres, algunos con camiseta de tirantas, algunas de otras carreras pasadas, calzonas cortas y zapatillas caras. Otros, como nosotros, camiseta de manga corta, culotte y zapatillas baratas. No advertimos entonces, o quizás sí, no lo se, que la adrelina empezaba a correr por nuestro cuerpo mientras esperábamos ya ansiosos el pistoletazo de salida. Pero sí nos fue evidente la sensación de bienestar cuando empezamos a correr y, sobretodo, la euforia al llegar a la meta, de los últimos, pero cumpliendo el objetivo marcado. Fue todo muy natural, como aquel que un día de copas, se fuma su primer cigarrillo.

Tras esta primera experiencia, y sin darnos cuenta, algo fue cambiando, ya entonces hubo quien nos advirtió sobre lo que estábamos haciendo, pero nosotros le quitamos hierro al asunto, solo eran una carreras muy cortas, como si fuera un día más para sentirnos en forma... Mentíamos. Como aquellos que creen que fuman poco y que lo pueden dejar cuando quieran se mienten a sí mismos y a los demás.

A escondidas, sin decirlo a nadie, buscábamos con avidez una carrera para el siguiente domingo. Entre nosotros ya no hablábamos de salir a correr un poco cada día, sino de ir a entrenar, incluso siguiendo planes de entrenamiento precisos que buscamos en internet. Empezamos a reconocer a los que eran corredores habituales de los que solo corrían por estar en forma, despreciando a los que iban en chandal o con zapatillas malas, porque nosotros ya habíamos comprado unas zapatillas para corredores habituales, más caras, no mucho, lo suficiente para entrenar mejor... entrenar. Ahora se que entonces ya estaba "enganchao", ahora reconozco que fueron los principios de mi adicción, tal vez entonces también me diera cuenta, pero no me importaba, corría porque me gustaba. Como aquel fumador que, cuando lo piensa sinceramente sabe que es adicto al tabaco, pero ¿y qué? fumo porque me gusta fumar, eso se dice a sí mismo.

Poco a poco, las carreras de las mañanas de los domingos se convirtieron en un ritual cotidiano, habitual, necesario. Cada vez eran más kilómetros, más desafío. En aquella época ya buscábamos a corredores en cualquier sitio. Ya no íbamos solo, sino que se nos unió nuestro primo, un amigo, algunos conocidos de vez en cuando. Las conversaciones giraban siempre sobre carreras, entrenamientos, camisetas, zapatillas, etc. De hecho, diseñamos un logo, un nombre y nos hicimos unas camisetas propias para correr como un club, extraoficial, eso sí. Como los fumadores que prueban los primeros porros de marihuana o de hachís, habíamos cruzado la línea de las drogas ilegales.


Por supuesto la adicción fue creciendo al mismo ritmo que la tolerancia a nuestra droga. Queríamos más carreras, mas kilómetros. Nos propusimos correr una media maratón, ya eran palabras mayores. Solo llegar, sin tiempo, solo llegar. Probar algo nuevo, nuevas experiencias, nuevas sensaciones. La adicción era evidente si la hubiéramos podido, o querido, ver. Se hacía patente en los entrenamientos, más serios, yo no éramos unos novatos, éramos corredores habituales, amateurs. Eran sensaciones más solidas, más fuertes, más prohibidas, era como meterse una raya de coca, habíamos cruzado una línea, otra línea quiero decir, otra más.


Una, dos, tres medias maratones y el cuerpo quiere más, el cerebro pide más. Así, un día surge la idea, la necesidad, el sueño imposible, la carrera de carreras, vamos a correr una maratón, la maratón de Sevilla. La tolerancia de nuestro cuerpo y nuestro cerebro a las carreras era total, necesitábamos más kilómetros, más adrenalina, más dureza, más entrenos... Necesitábamos una maratón. Ya no eran unas copas de alcohol, ya no era tabaco ni marihuana, ya no solo cocaína, era más aún, la heroína, y aunque entonces no lo sabíamos, cuando te pinchas la aguja manda... hoy sí lo sabemos. 


42 kilómetros y 195 metros, cuatro minutos por encima de las cuatro horas de carrera, disfrutando, sufriendo, disfrutando y sufriendo, queriendo parar pero corriendo.  Algo más de cuatro horas de lucha con tu mente. Mente que te ordena parar, que te pregunta que estás haciendo, para qué el sufrimiento, ¡para, para, para! Pero sigues corriendo, porque tu carrera, tu lucha no es con el reloj, no es con los demás corredores, tu carrera es contra tu mente, contra tu cerebro, contra tus músculos, contra ti mismo, tú eres el enemigo. Y contra ese enemigo luchas con todo la fuerza de tu mente, de tu cerebro, de tus músculos, con todo tu cuerpo, con toda tu alma. Y mientras el émbolo de la jeringa sigue bajando, inyectando en tus venas el dulce liquido que introduce a través de la aguja en tu cuerpo... la aguja manda, tu obedeces. 


Último kilómetro, últimos metros de carrera, ya se ve la meta, la gente aplaude a todos los que van llegando, ya lo notas, lo notas en tus venas, en tus piernas, en tus brazos, en tu pecho, en tu cabeza, lo notas y no hay droga mejor, no hay sustancia más potente en el mundo, ni el alcohol, ni el tabaco, ni el cannabis, ni la cocaína, ni la heroína, anfetaminas, LSD, nada, nada puede compararse con la maravillosa sensación que te ofrece cruzar por el arco de meta, pararte cuando has querido pararte... 


Nada, nada en el mundo me dio jamás la ínfima parte de la seguridad en mí mismo que me dio llegar ese día a la meta. Nada hice nunca tan alucinante como ganarle a mi cerebro, nada me hizo sentirme tan orgulloso de mi mismo, nada me resulto tan trascendente como lograr el máximo reto que jamás me propuse, nada más en mi vida me hizo ganarme mi propia admiración. 


Nada es tan emocionante como ser tu propio héroe, tu propio campeón... 


Sin embargo, lejos de acabar aquí, esa maravillosa sensación siguió creciendo y el próximo reto no fue acabar una maratón, el siguiente reto fue bajar el tiempo lo máximo posible. Así, en la segunda maratón, tras tres horas y treinta y cinco minutos se consiguió de nuevo el objetivo. Y la sed no acabó ahí y aún queremos más, más maratones, más ciudades, más asfalto, más calles, más carreras, más entrenos. Tantos que llegas a hacer sobreesfuerzos y al final tu cuerpo, tus músculos, tus articulaciones, tus tendones lo acaban pagando y aparecen las lesiones, por sobreentrenamiento, por sobredosis y lo pagas, no pudiendo correr la maratón que tenías programada, y no entrenando durante varias semanas, por lo que sufres mucho más que cuando corres y sufres corriendo, mucho más.


Pero todo merece la pena.


Ahora, tras mucho tiempo, tras muchas carreras, tras muchos días entrenando, ya sea bajo lluvia, nieve, viento, sol, de día o de noche. Ahora, reconozco que los días que no entreno, que no corro, me siento mal, engordo, estoy de mal humor, nervioso, apático, sin ganas de nada. Ahora lo reconozco, es el síndrome de abstinencia del corredor, del drogadicto, porque yo, lo confieso soy drogadicto... Yo corro.




















2 comentarios:

  1. 4 horas corriendo. Quién iba delante? Beyoncé?.
    Un saludo. Jesús Deiró.

    ResponderEliminar
  2. Como siempre genial, como siempre aciertas....
    Como no me esperaba de otra forma plasmas el corazon con letras....
    Como yo te enseñe.
    Yo tambien corro
    Harete

    ResponderEliminar